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6 ago 2014

HISTORIAS DE VIDA

  HISTORIAS DE VIDA


A lo largo del tiempo y de tantos viajes, he podido ir recogiendo diferentes “historias de vida”
Esas historias de las que me enamoro y no me canso de buscar…
Pobre de aquellos a los que encuentro con ganas de contar!
Las historias de algunas personas, me dejan perpleja más de una vez.
Sus historias tan ricas en experiencias, en trabajo, en dedicación,  en esfuerzo para salir adelante, son las que me han movilizado a contarlas en mi blog
Al fin y al cabo, esta sería una buena manera de que se conozcan y no queden en el anonimato
Muchas veces con muy pocas posibilidades, con escasa instrucción, pero con mucho afán de evitar que sus familias pasen  necesidades, ellos llevan adelante una vida dura, difícil
Algunas veces debieron dejar atrás su patria y comenzar de nuevo en otra, lejana, desconocida
En otros casos diariamente pelean por llevar el sustento a sus casas, sin sábados, domingos,  ni feriados…” si no se trabaja… no se come
En otros casos es contar la vida tan dura del “paisano” o “gaucho” argentino perdido en medio de la Pampa o la cordillera
Son vastas, variadas y algunas de ellas ya las tengo en mí poder
Las tengo hace tiempo y nunca antes había pensado sobre lo lindo que sería publicarlas
En mi humilde blog…pero publicarlas
De tantos lectores que tengo, a alguno le llegará al corazón mi reseña
Simple y sencilla… así como son las vidas de mis personajes
Personajes reales, a los que les he cambiado solo los nombres
Y lo he hecho, porque al momento de escribir sobre ellos, preguntarles sobre sus vidas, no me di cuenta de pedirles permiso para publicarlas
Por lo que no me parece correcto hacerlo con nombre y apellido verdadero
Ya tenía casi lista una de estas historias, cuando desde Salta llega a mis manos un escrito
Justamente… “ una historia de vida”
La VIDA DE CORNELIO… Escrita por mi amigo Guillermo Zuviría, que siempre colabora con  mi blog y que yo agradezco de corazón
Así que con él y con su historia, comenzaré esta nueva página en mi blog que deseo les guste y en algunos casos les llegue al corazón… como me ha sucedido a mí
COMENZAMOS…

 CORNELIO  

Después de una semana de ausentarse de las Pircas, nuestro peón Guillermo Mamaní, apareció de regreso contándonos que estuvo con su amigo Cornelio cazando vicuñas, internándose para ello durante cuatro días a caballo por las elevadas montañas hacia el oeste, donde cazaron sólo una.
 A las ONG proteccionistas de la fauna silvestre se les podrán parar  los pelos de punta al leer este comentario, pero es conveniente hacerles recordar que los pocos pobladores indígenas autóctonos que nos quedan y que aún viven desperdigados por su hábitat natural, donde nadie quiere afincarse y desde donde emigran a la ciudad; estuvieron  antes que las vicuñas en   estos cerros. 
 Ellos convivieron durante siglos en un perfecto equilibrio, el que fue roto sólo cuando desaprensivos cazadores movidos por la codicia de hacerse con el suave vellón de las vicuñas, quebraron la armonía que se venía manteniendo inalterable “desde el principio de la Creación”.  
Ahora creo que deberíamos pensar con un poco de ingenio para recomponer aquella armonía y lograr  que nadie pague los platos rotos, en particular los escasos pobladores de los cerros.  
No estoy tomando una posición a favor ni en contra de las comunidades vernáculas, las que no son santos de mi devoción por muchísimas razones;  sólo estoy describiendo la realidad que los rodea, allá, perdidos en la inmensidad del paisaje, en la soledad de los macizos andinos, donde el hilo de la vida, tenso, en precario equilibrio, está en permanente riesgo de apagarse bajo las inmensas fuerzas de la naturaleza y las políticas de Estado.
Aquí la naturaleza es una invención milagrosa que se reproduce impredecible a cada instante.
El indio podrá cazar acá, con maña su vicuña, a mano, con una trampa, o “cercando la hoyada con hilo punzó” aunque  uno no lo pueda creer.  
             
 O también utiliza para cazarlas, cada tanto, como Cornelio, un viejo rifle calibre 22 que ató su culata con alambre para que siguiera sirviéndole un buen tiempo más.
Así lo tiene guardado en un rincón del rancho, para protegerse y cazar, mostrándome como un avaro, en la palma de su mano, cada una de las pocas balas que logró adquirir;  mientras que jamás los proteccionistas podrán intervenir para salvaguardar la pequeña majadita indígena, del asedio del cóndor o del ataque del puma al amparo de la noche. Cuando haya que evacuarlo por una picadura de víbora, ¡olvidate!, porque tenés más de medio día a lomo de mula para llegar a un centro médico. -¡No siempre llegas vivo!- Para estas cosas tan elementales, el Estado se encuentra ausente.
En el afán de acercarnos a ese hábitat, y alejarnos de la rutina diaria de la ciudad que tanto nos ata a la comodidad y a la blandura de los tiempos, convenimos con mi hijo Niki emprender una salida a caballo por senderos que van transitando, primero, por quebradas con playas de pedregosos y cristalinos ríos que en esta época son tan sólo hilitos de agua escurriéndose entre grandes piedras, con algunos macizos naturales de pequeñas florecillas silvestres y calas que ya anuncian la llegada de la primavera,  como también grandes ceibos cargados de flores, que cuelgan en racimos pegados a sus ramas.
Luego, la senda va dejando la selva y se va elevando, serpenteando junto al precipicio, a más de tres mil m.s.n.m. para alcanzar, transponiendo los primeros cordones que guardan a Salta por el oeste, la vivienda de Esteban y Cornelio.
 Descendientes de los antiguos calchaquíes: flacones, sin un kilo de más, pero fuertes por las exigencias del rudo trabajo diario.
Allí viven en su rancho de paredes de piedra gris y techos bajos, para evitar que los fuertes vientos de agosto, que zumban por las quebradas desparramando semillas, los deje sin techo.
Observando una gran zona quemada en un cerro, le preguntamos a Esteban qué había pasado allí, y nos contó que ellos producían esos incendios para hacer huir a las víboras de aquellos pastizales, pues las hay en abundancia, poniendo en peligro a hombres y ganado. Cada paso representa un riesgo oculto que asecha, y el hombre, ya habituado a correrlos, los minimiza o ignora.
Siete horas montados en el Mameluco y la Perdiz por estrechas sendas, tapizadas de filosas piedras sueltas, lavadas por el agua que se encajona y baja como por un canal en temporada de lluvias, nos requirió llegar hasta su rancho.
 Trepando por escaleras también de piedras íbamos subiendo a los saltos, con gran esfuerzo para los caballos, llegando al filo de barrancas que era mejor no mirar hacia su fondo, porque nos daba una sensación de vértigo que yo nunca había experimentado.
Abajo se veía correr un rio en miniatura, entre los pajonales próximos, pero después de cuatrocientos o quinientos metros de caída sin un sólo árbol para agarrarse.
Después de aquellas siete horas montados en la soledad planetaria, una columna de humo que se escapaba desde la cocina para  elevarse a un cielo plomizo, era la única señal civilizada que nos indicaba la ubicación del rancho al que nos dirigíamos, y donde nos esperaba Cornelio, mientras que Esteban, con un gran sombrero negro calado hasta las orejas, parado como un cardón enhiesto en la media ladera de un cerro, vigilaba apacentando su ganado, que, arisco se desparramaba en las abruptas pendientes en busca de los mejores pastos
El diálogo con Cornelio, que el pobre es sordo y mudo, lo realizábamos a través de nuestro peón, guía, e intérprete, que lo hacía con una fluidez sorprendente para nosotros.  
-¿Qué dice? -le pregunté a Guillermo mientras desensillábamos los caballos al lado de la casa, y veía que Cornelio le hacía señas y ruidos ininteligibles.
-Pregunta si ustedes van a venir a la fiesta de la Virgen Santa Rita, Patrona de Chusa.-  ¡nunca me imaginé un diálogo más complicado para expresarlo por señas! por lo que desconfiando le pregunté nuevamente:
-¿Y cómo dijo: la fiesta de la Virgen Santa Rita, Patrona de Chusa?
- ¡Hizo seña de tocar la caja!
 Efectivamente ¡nada más simple! Durante la fiesta, se festejan y acompañan todos los desplazamientos de la imagen de Santa Rita, al tañido de la caja y el toque del violín (la caja es un tambor muy chico que se lo puede tocar con la misma mano con que se la sostiene, para con la otra mano manejar el caballo).
-Para interpretarlo a Cornelio sólo hay que tener bastante imaginación, algunos años de convivencia y conocer a fondo las costumbres ancestrales de los pobladores de los cerros, porque no se ajustan sus ademanes en lo más mínimo al alfabeto de sordomudos.
 No es tarea para turistas, como tampoco lo es adentrarse en el espíritu calchaquí de los moradores, cosa que es bastante compleja y requiere de mucho más tiempo.
En la media ladera del cerro al pié del cual se encontraba nuestro rancho, escuchamos a la tardecita el ladrido de algunos perros que corrían un animal; las señas y ruidos que hacía Cornelio nos indicaban que andaban detrás de un puma o chanchos del monte, con los que habían tenido un encuentro esa mañana. Encuentros que se dan bastante a menudo al andar pastoreando su ganado, y cuando menos lo esperan.                                
      Para mí, el efecto de la marcha fue lo equivalente a una sesión de gimnasia ininterrumpida de siete horas seguidas, (gimnasia que no hago jamás y en consecuencia quedé molido.
 ¡A quién se le puede ocurrir hacer semejante esfuerzo! Tres días después del evento todavía me estaba recuperando, amén de que al pelarme el trasero con el caballo, llevo quince días sentándome de costado.
Pero ¡como me complació! después de esa larga y fría jornada a caballo, tomar un gran jarro de mate cocido, caliente, con un pan medio duro pero reconfortante como el maná. Nos sentamos sobre unos troncos alrededor del fuego de la cocina,  
llena de humo hasta un metro del piso, el que se escapaba a través de un agujero en la pared.  
 Y así llegó la noche en el campo.
 ¡la primera noche! No es como uno se imagina en la ciudad,  -  una noche en la tranquilidad del campo y con el aire puro y fresco llenándonos los pulmones-.
 La oscuridad comenzó a las ocho de la noche, lo que me significaba tener por delante once horas seguidas de sueño, envuelto como un gusano de seda en mi bolsa de dormir y asomando sólo la nariz de ella.
 Sin embargo, los perros, que habían quedado atados cerca de la carpa nuestra, cada tanto toreaban bravos al no poder perseguir algún animal de hábitos nocturnos que merodeaba la casa.
 A períodos regulares chillaba un pájaro desconocido.
 A los caballos, que habíamos soltado en el mismo predio en que levantamos nuestra carpa, se les ocurrió pastar próximos a nosotros y voltearon una tranquera que yo había dejado mal cerrada.
 No pensaba salir con dos o tres grados bajo cero ¡por nada del mundo!
Cornelio munido de una linterna que yo le había regalado la tarde anterior, patrullaba la zona periódicamente, alumbrándonos la carpa y dejándonos adentro como de día.  
 A eso de las dos de la mañana cesó todo ruido, ¡llegó la calma y el silencio!…….
 Y entonces me vinieron ganas de ir al baño!!!!! Afuera, a tomar fresco!!!
Recuperé el calorcito recién a eso de las tres de la mañana, y me dormí.
 A las cinco, y como la momia de Tutankamón, ya no encontraba postura en mi bolsa de dormir de pluma de ganso salvaje -para trescientos grados bajo cero- como me dijo el vendedor!!!!!!
 Me despabilé totalmente.
 No hay nada como dormir en el campo…..pero siempre, después de la segunda noche!!!! (La primera noche deberíamos dormirla en la ciudad!).
 Nosotros esa mañana ya debíamos pegarnos la vuelta a ¡SALTA!    
 No me pregunten por qué nos gusta tanto volver a Salta!